Arellanizar es educar: Jugadores de la Casa Alba visitan el Museo de la Memoria

miércoles 24 de octubre, 2018

Por: CSD Colo-Colo
Once muchachos participaron de actividad organizada por el área de Desarrollo Social del CSD Colo Colo.

“Estas
actividades nos sacan de la rutina de Casa Alba y sirven para que los chicos se
vayan culturizando un poco. Es bueno aprender de la historia de Chile”. Marcelo
Ríos es uno de los goleadores de la sub 17 de Colo-Colo, pero esta tarde de
domingo no la pasó viendo fútbol en el televisor del living de su residencia
permanente de Av. Benito Rebolledo. Son once los muchachos, de distintas
edades, que viajan en una van rumbo al Museo de la Memoria y los Derechos
Humanos, en una actividad organizada por el área de Desarrollo Social del CSD
Colo-Colo.

Los
niños bromean, pero en ningún momento dejan de mostrar la timidez propia de la
edad y propia de quien se encuentra fuera de su elemento. En un museo están
jugando de visita. Uno de ellos pregunta qué es ese extraño aparato, similar a
un control remoto, que ciertos turistas acercan a sus oídos mientras van por el
lugar.

El
recorrido cuenta con la importante asistencia de Gonzalo Beltrán, profesor de
Historia que imparte clases de refuerzo en Casa Alba, y comienza con una
reflexión sobre los Derechos Humanos y la forma en que se atenta contra ellos
alrededor del mundo. Pero, ¿y qué son los Derechos Humanos? “Nuestra libertad
de expresión” dice Iván Contreras, un poco para romper el nervioso silencio de
sus compañeros ante la pregunta. Y “exacto”, dice Gonzalo, aunque él sabe que
no se trata exactamente de eso. Dice “exacto” porque el aprendizaje es
paulatino y requiere de refuerzo positivo. Ya habrá tiempo, más adelante en la
tarde, para explicitar que los DDHH son los distintos derechos que nadie puede
perder nunca, ni en la cárcel ni en ningún momento, por el solo hecho de
pertenecer a la raza humana. Lo que busca Gonzalo, en esta primera parada, es
conectarlos con lo que ya habían discutido en clases.

La
bienvenida al museo es una explanada descendente, porque su ruta está diseñada
como un ascenso desde lo más bajo. Junto al mapamundi de agresiones a los DDHH
hay un mapa de Chile que señala todos los puntos en que se sabe a ciencia
cierta que ocurrieron crímenes de Estado. Luego, subiendo las escaleras, una
sala se dedica a narrar los hechos del 11 de septiembre de 1973.

Se
les pidió que se mantuvieran cercanos, pero también se les dio espacio para
recorrer con libertad la muestra de testimonios que relatan las condiciones en
las que se encontraba el país. Las experiencias de la gente, las portadas de
los diarios, los bandos militares, el toque de queda.

Después
vendría la parte más fuerte. El detalle de la represión y de la tortura. “Quiero
saber cómo fue” había dicho Sebastián Saavedra, de la sub 14, antes de ingresar
al museo. Difícilmente sabía cómo fue. Hasta para quienes lo saben es difícil
creer que es verdad. La barbarie, la inhumanidad, la crueldad. Un sector del
museo que impacta y del que cuesta hablar sin sensacionalizar el sufrimiento.

Luego,
el dolor de los niños. Ríos señala a sus compañeros la pared con las cartas que
escribieron los menores de esa época: “Ese fue el capítulo más triste. No me
puedo imaginar a esos niños escribiendo lo terrible que fue vivir todas estas
cosas”, comentó.

No
todo es tortura y muerte. El siguiente piso se dedica a mostrar cómo la
ciudadanía se fue organizando, lentamente, rompiendo los cercos de la censura y
el miedo, para manifestar su desacuerdo con el estado de las cosas, así como
para convencer a compatriotas y extranjeros de que lo que estaban denunciando
sí sucedía, sí era cierto.

Y
entonces, el momento de tranquila reflexión. Una velatón en un balcón que da de
frente a un inmenso muro con cada uno de los que no sobrevivieron. Fotos de la
mayoría, aunque también marcos en blanco. Hay quienes sólo tienen fotos de
cuando eran muy menores, apunta Gonzalo. En una pantalla interactiva es posible
revisar cada historia particular. Los jugadores ponen atención, algunos se
concentran en un rostro que los mira de vuelta desde la lejanía.

La
ruta termina recreando lo que fue el Plebiscito de 1988 y el retorno de la
democracia. Mejor dicho, el fin de la dictadura. Qué es la democracia sino el
largo camino en que la vamos perfeccionando y defendiendo.

Ahí,
en un pilar que exhibe los titulares de los diarios de aquel año, aparece el
infame “300 millones para el estadio de Colo-Colo”: buen momento para mostrar
el resto de los titulares de la prensa de aquellos días para que la mentira
quede expuesta por sí misma. Una tele de la época muestra la franja televisiva:
buen momento para hablar de Carlos Caszely y su madre, mirando a la cámara
desde un living con un banderín del Cacique. Ya antes se había hecho hincapié en
los socios, jugadores y médico del Club que estuvieron presos en el Estadio
Nacional, y en que los asesinados Tucapel Jiménez y Manuel Guerrero eran socios
de Colo-Colo.

Podría
resultar hasta controversial llevar a los menores a un museo que se ha visto
envuelto en tristes polémicas de poca monta durante estos días. A los
colocolinos de derecha habría que decirles que calma, que tranquilos, que la
visita a este museo no es una concientización política. Aprender sobre los
Derechos Humanos y sobre el oscuro pozo en que caemos como sociedad si dejamos
de respetar ese mínimo esencial no tiene nada que ver con el sector por el cual
uno decida votar. A los colocolinos de izquierda habría que decirles que calma,
que tranquilos, que la visita a este museo no es una concientización política.
Los muchachos vivieron la experiencia como lo que son: adolescentes
hiperconectados, con bajo nivel de concentración acaso por lo mismo, con poco
afán de leer textos que no sean obligatorios. No tiene nada de malo: este lugar
nos recuerda que es un alivio que sean como son por culpa de la tecnología y no
por culpa del horror.

La
idea nunca fue que salieran de ahí como expertos en historia chilena del siglo
XX. Quizás si los hubiesen interrogado sobre lo que vieron demostrarían no
haber retenido mucho. No importa. Lo que les haya quedado será información que
antes no tenían y ahora sí. Tal vez no sepan exactamente bien qué sucedió, por
qué sucedió y cómo sucedió, pero al menos ya saben que sí sucedió. Eso cuenta.

Ya
concluido el paseo, se divertían viendo un video en YouTube con una canción
compuesta sobre los ladridos de un perro. Está bien que rían, su alegría hace
bien. Son niños, después de todo. Pero sí pusieron atención cuando se les dijo
que mientras pasaban todas estas cosas horrendas que descubrieron, Colo-Colo
jugaba domingo a domingo, y que mucha gente culpa al fútbol y a los futbolistas
de vivir en una burbuja, ajenos a lo que sucede en el país. Quizás cuánta de la
gente que llenó el estadio tenía un ser querido que la estaba pasando mal. Si Colo-Colo
es el equipo del pueblo, les corresponde saber qué es lo que le ocurre a ese
pueblo.

Saavedra
se declaró impactado. “Es duro. Me llama la atención la frialdad que tuvieron
para torturar a las personas. Las imágenes que hay son muy fuertes y nunca
imaginé que algo así haya podido pasar acá. Me voy satisfecho, nunca pensé que
sería como fue. Como jugador de Colo-Colo ahora debo tener un nuevo rol, en el
fútbol debemos tener opinión de las cosas”.

“Mis
padres y mis abuelos siempre me comentaron lo que pasó —dice Ríos—, pero nunca
le tomé el peso de lo que fue en realidad. Estar acá es algo muy emocionante y
ojalá nunca más se repita todo esto en nuestro país”.

Saliendo
del museo pasan frente a los 30 artículos de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, inscritos sobre un muro lejano, pero ya no es momento para
profundizar contenidos, sino de volver a la van y a sus vidas. Si aprendieron
cosas grandes y ocultas que desconocían, o si fue un impacto de terror que
olvidarán con facilidad, eso sólo el tiempo lo dirá, pero el área de Desarrollo
Social se propone continuar apostando por la formación integral de las series
menores del Cacique.

La
Casa Alba los estaba esperando. Iván preguntó que cuándo salían las fotos que
tomaron, y que si las podía recibir al WhatsApp para mostrárselas a su mamá.
Que ella tenía muchas ganas de ir al museo.